Abraham era un hombre decididamente rico. También
lo eran Isaac y Jacob. José fue uno de los hombres más ricos e influyentes de
la antiguedad, lo mismo que Moisés, Salomón y la reina Ester. Otros personajes
económicamente establecidos fueron Nehemías, Daniel (profundamente respetado
aún en estos días en muchas naciones orientales), Mateo, Zaqueo, Nicodemo,
Teófilo, Filemón y muchos otros más tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento.
Sin embargo, afirmar que los planes de Dios para
nuestra vida pasan con certeza por el ámbito del éxito económico es, por un
lado, ignorar las Escrituras y, por el otro, caer víctimas de uno de los
sistemas de pensamiento del mundo de hoy. El apóstol Pablo en Romanos 12:2 nos
advierte claramente de que no debemos “tomar la forma” de la sociedad que nos
rodea, sino que debemos transformar nuestra visión del mundo cambiando la
manera en la que pensamos.
El creer que Dios siempre quiere que seamos ricos
significa haber caído en la trampa de una filosofía no-cristiana que ha ganado
una increíble popularidad desde el final de la guerra fría: la filosofía del
materialismo.
Es cierto que Job fue un hombre rico. Pero también
por un tiempo fue pobre. Es cierto que Jacob fue un empleador de muchos
siervos, pero también fue empleado de su suegro. Es cierto que Moisés se crió
en la casa de Faraón, pero también fue pastor de ovejas por 40 años. Es cierto
que José y Daniel fueron hombres ricos e influyentes, pero también fueron
pobres y esclavos en su época.
Si alguno de los “maestros económicos” que viajan
por latinoamérica en estos días hubieran visto a José ser encerrado en lo
profundo del calabozo de Faraón, probablemente hubieran meneado la cabeza y
hubieran dicho que José era, de seguro, un “perdedor”. Además, hubieran
concluído que, seguramente, se encontraba allí por algún pecado cometido
(después de todo, “cuando el río suena, agua trae” ¿no?), y hubieran enseñado a
sus seguidores que la voluntad de Dios no era que José estuviera viviendo tan
pobre y tan miserable.
Sin embargo esa conclusión se opone diametralmente
a la de las Sagradas Escrituras, que, en Génesis 45:5-8, nos enseñan que la
miseria de José y todos sus sufrimientos ¡eran parte del plan de Dios para su
vida! Lo mismo ocurrió con Job (que nunca se enteró por qué le pasó lo que lo
pasó), con Mardoqueo, con Daniel, con Jacob, con Moisés. Hombres que, en algún
momento de sus vidas, tuvieron que pasar por la pobreza, la persecución y la
miseria para cumplir con lo que Dios les tenía preparado.
Por otro lado, puede que Dios no sólo llame a
alguien a pasar por la pobreza para vivir en la riqueza, pero también puede ser
que llame a alguien que está viviendo en la riqueza a dejar su situación de
holgura económica para vivir en la pobreza. Ese es el caso de Moisés, que tuvo
que dejar los lujos del palacio de Faraón para guiar al pueblo de Israel a
través del desierto; o el caso de Nehemías, que dejó la corte de Artajerjes
para reconstruir la ciudad de Jerusalén.
En el Nuevo Testamento encontramos a un “jóven
rico” al que Jesucristo le pide que deje todas sus posesiones económicas antes
de seguirle, también encontramos a un Mateo dejandolo todo y siguiendo a Jesús
hasta la muerte, a un Saulo de Tarso, abandonando un futuro prometedor por las
persecuciones, la cárcel y el patíbulo, o a un grupo de creyentes que en Hechos
2 que venden sus propiedades para repartirlas a aquellos que están en necesidad.
Finalmente, puede que Dios tenga en mente llamar a
alguien que está en la pobreza a vivir pobre el resto de su vida. Ese es el
caso de Isaías, Jeremías, los profetas menores, la gran mayoría de los
apóstoles y los discípulos del Señor Jesucristo del primer siglo. También es el
caso de la gran mayoría de los mártires de la Iglesia de nuestros días.
El hecho de que el apóstol Pedro, el apóstol Juan
o San Pablo hayan muerto pobres, perseguidos y enfermos no quiere decir que
hayan estado bajo una maldición de Dios ni que hubieran estado fuera de la
voluntad de Dios para sus vidas. Todo lo contrario. Ellos la estaban cumpliendo
al pié de la letra, aún cuando no disfrutaban de prosperidad económica.
Entonces, basados en estos ejemplos bíblicos,
parece obvio que los planes de Dios para nosotros, los “pensamientos de paz y
no de mal”, no implican necesariamente abundancia financiera. Puede que si,
puede que no. Puede que Dios quiera que seas rico con un propósito determinado,
puede que El quiera que seas pobre con un propósito determinado.
El sincretismo evangélico
El problema en las iglesias latinoamericanas de
hoy que han sido afectadas por la filosofía secular del materialismo es que
siempre se define el concepto de “bendición” en términos materiales y positivos.
La felicidad, entonces, se queda pegada a la idea
de que la voluntad de Dios para nuestra vida tiene que ver, de alguna manera,
con nuestra capacidad de compra y con las cosas “buenas” que nos pasan a
diario. Este es un buen ejemplo de sincretismo en la iglesia evangélica de
nuestros días.
Como resultado de la conquista, el catolicismo se
asoció con las religiones paganas de nuestros pueblos para incorporar, por
ejemplo, a la “pacha-mama” a su vida religiosa. Hoy, los evangélicos nos hemos
asociado al capitalismo para incorporar el culto a la “money-mama” a nuestra
vida religiosa!
Sin embargo, Jesucristo expresó claramente que los
valores trascendentes son mucho más importantes que los intrascendentes, que no
debemos sacrificar las cosas eternas en pos de lo pasajero. El mismo nos da el
principio de vida que nos debe llevar hacia la felicidad. Nuestro Señor dice en
el capítulo seis de San Mateo: “¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo
más que el vestido?”
¿Qué hace la felicidad?
Un importante principio para recordar, entonces,
sería que la tarea más importante en la vida es, justamente, vivir. Donde
“vivir” significa mucho más que meramente existir. Significa parar de correr
detrás de las cosas materiales y superficiales y comenzar a perseguir las cosas
más profundas de la vida.
Aqui va un exámen para probar sus conocimientos
del tema:
En un interesante estudio realizado recientemente
por la televisión educacional norteamericana sobre el consumismo en el país y
publicado en la internet (http://www.pbs.org/kcts/affluenza/diag/what.html), se
descubrió que el porcentaje de norteamericanos que respondieron al estudio
diciendo tener vidas “muy felices” llegó a su punto más alto en el año… (usted
elige):
(1) 1957 (2) 1967 (3) 1977 (4) 1987
La respuesta correcta es la uno. La cantidad de
gente que se percibía a sí misma como “muy felíz” llegó a su pico máximo en
1957 y se ha mantenido bastante estable o a declinado un poco desde entonces.
Es interesante notar que la sociedad norteamericana de nuestros días consume el
doble de bienes materiales de los que consumía la sociedad de los ’50. Sin
embargo, y a pesar de tener menos bienes materiales, se sentían igualmente
felices.
Aprender a “vivir”, entonces, significa aprender a
cumplir con la voluntad de Dios, poner en práctica los talentos y dones que El
nos ha dado, concentrarnos en las cosas trascendentes como: servir y enriquecer
la vida de nuestro cónyuge, amar y enseñar a nuestros hijos, desarrollar
nuestra vida personal y profundizar nuestra relación con el Señor.
Jesucristo dijo: “…la vida del hombre no consiste
en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). Vivir nuestra vida, y
vivirla en abundancia, significa aprender a disfrutar el ver a nuestros niños
jugar en el fondo de la casa. Significa la lágrima derramada después de orar y
darles el besito de las buenas noches. Significa preocuparnos por la vida de la
gente, ayudar a pintar la casa del necesitado, arreglarle el auto a una madre
sin esposo, y escuchar en silencio hasta cualquier hora de la noche el corazón
del amigo herido.
Vivir en abundancia significa predicar las buenas
nuevas a los pobres y a los ricos, pregonar el año agradable del Señor a los
vecinos, aprender a restaurar al caído y a sanar al herido. Significa, para los
varones, poder mirar a nuestra esposa a los ojos y decirle “te amo”. Poder
llegar a ser un modelo de líder-siervo para nuestros niños. Significa dejar una
marca más allá de nuestra propia existencia.
Ese, creo yo, es el concepto bíblico de vivir en
abundancia. Ese es el tipo de vida que Dios quiere de nosotros. Ese es el oro,
la plata y las piedras preciosas con las que Jesucristo quiere que construyamos
nuestras mansiones en el cielo. Esa es la idea de ser “rico para con Dios” que
surge de Lucas 12:21.
Poco tiene que ver este concepto de la felicidad y
la satisfacción personal con las enseñanzas del evangelio de la seguridad
económica”. Poco tiene que ver con lo que se enseña en los círculos afectados
por el materialismo de hoy. Si en algo estoy de acuerdo con el orador de la
otra noche es que el dinero no hace la felicidad, y, sinceramente, no se hasta
cuánto ayuda.
Fuente. Crown Financial Ministries
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