Glorificar al Señor no es solo rendirle culto en la iglesia, es también permitir que la alabanza impregne la vida del creyente.
Una manera de alabar al Señor es con nuestra voz. Podemos adorarle con
nuestras palabras o cantándole. Los escritores de los Salmos ponían su
adoración en palabras, y su amor en música. La verdadera adoración fluye de los
labios de los creyentes que se centran en los atributos de Dios. Desean
honrarle, por ser Él quien es, lo que ha hecho y lo que ha prometido para el
futuro.
La adoración genuina le permite al Señor llenar nuestra mente y corazón con
su presencia. Sin embargo, alabarlo por el motivo equivocado es un acto vacío.
Por ejemplo, si levantamos nuestras manos y cantamos en voz alta solamente
porque nos hace sentir bien y buscamos exaltación emocional. Esta clase de
“alabanza” vana y egoísta no llega al cielo.
Nuestro Dios es alabado cuando le servimos. Las personas han sido creadas
para que glorifiquen y honren su nombre. Por tanto, nada debe limitar nuestro
deseo de trabajar para el Rey, sobre todo cuando tenemos la oportunidad de
darlo a conocer a los demás. Cristo es honrado cuando sus seguidores hablan con
osadía de su gracia y de su obra; el testimonio de los creyentes es una manera
estupenda de alabanza que enaltece el nombre de Dios.
Jesucristo vale más que cualquier tesoro que ofrezca este mundo. Amarle, y
entender lo que ha hecho por usted, debe ser toda la motivación que necesite
para alabarle con su vida. No se limite a cantar; sírvale para su reino y
comparta el evangelio. Ayude a que el trono de Dios resuene de adoración.
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