Julio creció en una familia española que creía
en el comunismo ateo, hasta que fue tocado por el Espíritu Santo. Entonces,
todo cambió. En lugar de ganar seguidores para el comunismo, comenzó a ganar
seguidores para Cristo.
Julio Moraleja Arias fue un empedernido comunista. Estaba
acostumbrado a las actividades subversivas e intentaba derrocar al capitalismo.
Huyó de la policía en la España fascista posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Su padre, que luchó en la Guerra Civil española con la Juventud Comunista, fue
arrestado y sentenciado a cadena perpetua.
“Para mí, el mundo necesitaba un cambio
social que solo podía llevarse a cabo a través de la filosofía comunista”, dice
Julio. Su amigo, José Aguilar, que era cristiano, comenzó a explicarle otra
manera de cambiar y salvar al mundo: Jesús. “Lógicamente, no le presté
atención. El comunismo se basa en el ateísmo científico”, recuerda Julio.
Dios empezó a obrar en él. Julio empezó a sentir curiosidad por
ese Cristo que podía salvar a la humanidad entera, así que vio un video que
José le había dejado. “El mensaje traspasó mi alma. Cuando terminé de ver,
estaba quebrantado”. En ese momento, alguien llamó a la puerta. Era su amigo
José, que comenzó a hablarle de Cristo una vez más, y Julio no pudo resistirse
más.
Terminó aceptando a Jesús como su Señor y
Salvador. Era septiembre de 1978. Transformar su pensamiento de comunista ateo
a cristiano no fue fácil. “Fueron días de grandes batallas en mi mente”,
reflexiona. Julio comenzó a asistir a los servicios en una casa en Fuenlabrada,
Madrid.
Un domingo, sintió una fuerte presencia del
Espíritu Santo durante la adoración. “Caí de rodillas, quebrantado, llorando
incontrolablemente", recuerda Julio. “Hubo una presencia de Dios tan
fuerte. Cuando me levanté de mis rodillas, era un hombre nuevo. Era como si un
gran peso hubiera sido quitado de mi corazón. Fue una experiencia que marcó mi
vida”.
En lugar de ganar seguidores para el
comunismo, comenzó a ganar seguidores para Cristo. “Comencé a servir a Dios con
pasión y a predicar a mis vecinos”, afirma Julio. Todas las reuniones
cristianas eran ilegales, al igual que el evangelismo. "Fueron tiempos
difíciles en España", dice. "No había libertad religiosa". La
persecución de la iglesia se intensificó, y los cristianos fueron privados de
sus propiedades. Teníamos que reunirnos clandestinamente.
“Cuando la democracia llegó a España, la
mano de hierro de la persecución se quebró. Los derechos fueron otorgados a los
españoles, y los cristianos podían tomar legalmente las calles para predicar el
evangelio”, comenta Julio. En 1983, Julio abrió una iglesia en Granada.
"Vi la mano de Dios levantando una iglesia gloriosa", recuerda.
“De ser un comunista que quería cambiar el
mundo con mis ideales y filosofía comunista, me convertí en un predicador de la
Palabra de Dios. Fue glorioso ver cómo las almas llegaron a los pies de Cristo
y las vidas se transformaron”, expresa Julio, ahora de 67 años. “Durante 41
años, ha sido un privilegio ser parte de la obra de Dios”.
Fuente: impactoevangelistico.net
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