Y aunque por un principio de renuncia a todo lo
que pueda representar o lucir ostentoso, asumido durante mi formación teológica,
rehúso utilizar este tipo de aditamentos, hice una excepción con la cadena.
Realmente es bonita. Y además, guarda un profundo significado sentimental
aunque por supuesto, un valor económico.
Pero si por circunstancias inexplicables hubiese
vivido en tiempos del rey Salomón, aquél regalo que conservo con aprecio, no
habría revestido mayor trascendencia. ¿La razón? Más de 2.700 años atrás la
plata no valía un peso. Era tal la abundancia de oro y piedras preciosas, que
dice la Biblia: “En los días de Salomón la plata no era apreciada” (2 Crónicas
9:20 b.)
Y a partir de un regalo y esta brevísima
referencia Escritural, una reflexión que les invito para que hagamos hoy: ¿Qué
valoración le damos a las personas que nos rodean, a las posesiones materiales
y al sinnúmero de bendiciones que el Señor nos prodiga a diario?...
¿A qué clase de valoración nos referimos...?
Para responder este interrogante, comencemos con
una pregunta: ¿Por qué en el tiempo de Salomón la plata no era apreciada?
Porque siempre estaba ahí, abundaba. Sin exagerar: sobraba. Era parte de la
cotidianidad de Israel y por tanto no tenía mayor significación dentro de su
sistema económico.
Si necesitaban plata para la elaboración de
cualquier elemento de orfebrería no hacían sino tomarla. Era algo común...
demasiado común. Nadie en Israel pensó que jamás les faltaría. Tenían la
convicción que bastaba extender la mano para tomar la plata que necesitaran.
Eso ocurre con las personas que nos rodean: Tanto
las que son próximas como nuestros familiares como los que son un poco más
distantes: las amistades y los conocidos.
El valor de la familia
La frase la escuché de labios de Raúl Bustamante,
un hermano en la fe y amigo incondicional: “Cuando el hombre pierde su familia,
pierde parte de su identidad”. Y tiene la razón. Los lazos familiares dan
solidez emocional y espiritual, y constituyen el mayor aliciente para seguir
luchando. El perdió su familia, pero por la gracia de Dios la familia de la fe
le abrió las puertas en su seno.
El valor de los hijos
Los hijos son prestados. Representan un gran
privilegio para nuestra existencia, pero cumplen su ciclo, crecen, se enamoran
y parten. Y comienzan una nueva etapa. Por eso es fundamental aprovechar el
breve tiempo que les tenemos a nuestro lado. Nos ocupamos tanto en tantas
cosas, que al abrir los ojos encontramos que ese chico o chica que recién vimos
dando sus primeros pasos, es hoy un joven que cursa una carrera universitaria,
próximo a volar por sus propios medios.
Al rey Salomón se atribuye la siguiente
composición de la lírica hebrea: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos;
cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son
los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba
de ellos... “(Salmos 127: 3-5 a). Valore a sus hijos, deles lo mejor de su
tiempo hoy; mañana podría ser tarde...
El valor del cónyuge
Sorprende que en Latinoamérica más del sesenta por
ciento de los matrimonios termina en divorcio. Es una cifra que rebasa
cualquier pronóstico. Detrás de cada hogar destruido hay hijos desconcertados,
sumidos en la incertidumbre porque no alcanzan a dimensionar la decisión de sus
padres y por supuesto, una concatenación de frustraciones en las que todos los
componentes del hogar terminan inmersos...
Históricamente la iglesia y el pueblo cristiano
han volcado sus esfuerzas para salvar la unidad familiar. Y no podemos ceder en
esa meta. Nuestras oraciones deben orientarse también hacia la integración de
la familia, propendiendo que el amor a Dios toque y fortalezca a los
componentes de la pareja. Así tendrá mucha significación la exhortación que hizo
el apóstol Pablo: “Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer
como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Efesios 5:33).
El valor de los padres y hermanos
Jamás podremos pagar los desvelos de nuestros
padres. Por muchos errores que hayan cometido, son nuestros progenitores y en
su momento, se convirtieron en los instrumentos a través de los cuales Dios nos
otorgó el privilegio de vivir. Y es justamente El Señor quien nos instruye a
guardarles respeto siempre (Mateo 15:4; 19:19; Marcos 7:10; 10:19 y Efesios
6:2).
Es un mandato de Dios, no invención del hombre. De
ahí que nuestro compromiso se orienta a brindarles honra hoy, mañana y por
siempre.
El valor de los amigos
Tras el círculo familiar, que no dudo en calificar
como el más importante, se encuentran los amigos. El grupo de personas con las
que compartimos metas, propósitos y cosas en común. Pero también es el grupo
que perdemos con mayor facilidad porque no hemos aprendido a valorar nuestras
amistades. Esperamos mucho de los demás, pero no queremos aportar.... y si
aportamos, nos cuidamos que sea lo mínimo. El rey Salomón recomendó, a quienes
desean conservar buenos amigos, que aporten y no solo esperen recibir Es
compartir los momentos de victoria pero también los de derrota.
La Biblia recomienda: “En todo tiempo ama el
amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”, “El hombre que tiene amigos
ha de mostrarse amigo; y amigo hay más unido que un hermano” (Proverbios 17:17
y 18:24).
Ocurre que en ocasiones sentimos tan cercanos a
nuestros familiares y amigos, que les restamos importancia. Creemos que siempre
les tendremos a nuestro lado. Lo grave es cuando les perdemos. Y tomamos
conciencia que jamás regresarán a nuestro lado.
Hoy es el día de tomarnos un tiempo para revisar
cuál ha sido nuestro comportamiento con los seres próximos. Seguramente
descubriremos que es necesario cambiar nuestra actitud. Se trata de un examen
necesario y que lo extendamos a nuestra vida práctica, pero también al
desenvolvimiento ministerial y laboral.
Si tiene alguna inquietud, duda o sugerencia,
escríbanos hoy mismo.
Ps. Fernando Alexis Jiménez
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